viernes, 22 de marzo de 2013

Día 20: El autobús de Madrid y sus dictadores.

Valladolid. 13:30 de la tarde. Parada para coger el 19 (dirección La Cistérniga). El hambre, el cansancio y el gran peso que es la vida, hace que jóvenes y mayores aguardemos la llegada del autobús con impaciencia. Todo es normal. 

Las señoras hablan del vecino del 'Cansao', que se ha roto el dedo meñique del pie izquierdo y su hijo le tuvo que llevar al hospital, que resulta que estaba con la novia, que es la hija de bla bla bla bla... Los chavales que salen del insti gritando palabrotas para impresionar a las mozas del cole de al lado -esas maneras de ligar...-. Y luego estoy yo, alelada de la vida, mirando la vida pasar y deseando comerme una vaca sin despiezar.

El Mercado
Tras la esquina aparece el ansiado autobús. Revuelo general, movimiento, nervios. Y, cosas de la vida, la puerta de entrada queda a la altura de mis narices. Fantástico. Apertura angelical de puertas... Pero cuando me dispongo a entrar, escucho esa frase. LA FRASE: "¿A dónde vas? Ponte a la cola". Esa señora que va con los pimientos y las naranjas en la bolsa del mercado de Plaza España que me mira con desprecio -desprecio de ese de "que poco respeto por los mayores"- ha decidido que yo sea su víctima. Total, pongo mirada de indiferencia, me hago a un lado y le hago el paseillo con la mano para que proceda a picar su bonobus. 

Esta situación es normal en Valladolid. Y pensé que sólo en Valladolid. ¡Pero estaba muy equivocada! La agresividad de las señoras y señores de Madrid va mucho más allá, llegando incluso al contacto físico. Os cuento. 

Madrid. 17:30 horas. Aguardando la llegada del autobús número 32 -ya sé coger autobuses- desde hacía un buen rato. Sólo éramos tres persona en la parada. Un jovencito, un señor y yo. Otra vez, el autobús llegó y su puerta quedó delante de mi persona. Apertura de puertas... Y enganchón en el brazo. Me quedé estupefacta. El señor sacó fuerzas de no sé dónde para impedir mi paso. Y yo le dije algo así como "¿Qué pasa?". Pensé que quizá tenía algún problema, se encontraba mal, vaya usted a saber. Pues no: "No has hecho la cola". Y yo, para mis adentros, grité "¿¿QUÉ COLA??". Me indigné, algo nada propio de mí, por cierto: "¡Bueno hombre! ¡Ya lo que me faltaba!". El señor, tal y como hago yo con las mujeres de Valladolid, me miró con indiferencia, pasó y picó.  

Todo esto es una simple anécdota que me sorprendió bastante, pero que os cuento para explicar algo. He de decir una cosa en favor de este señor de Madrid porque resulta que aquí SÍ que se hacen colas y se respetan seas un chaval o un viejuno. Lo digo porque el otro día, de vuelta a casa, procedía a meterme en el bus. Reconozco que ya con cierta aprensión. Aunque llegué la primera, me quedé atrás esperando a que entrara la gente para evitar comentarios. Pero, sorpresa, sorpresa, una señora (SEÑORA) impidió que nadie entrara en el autobús hasta que no accediera mi persona. ¡Menudo escándalo! El resto de humanos pertenecientes a la tercera edad se indignaron. MUCHO. Me sentí como en el medio de una guerra que no me pertenecía. Comentarios, ironías, farfulleos... ¡Era como ser un político en medio de la ciudadanía! 

Pero bueno, he aprendido que no todos los mayores se quejan de todos los jóvenes, que en Valladolid las colas son un caos -hay dos aparatos para picar en la entrada- y que en Madrid hay que respetar los turnos de entrada, aunque te lluevan represalias. Está claro que hagas lo que hagas, siempre habrá alguien a quien no le guste. Y esto lo dejo como reflexión general de la vida. 


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